La noche del estando yo cenando con mi buen pariente Pedro Romero, Alcalde que era entonces del pueblo se presentó el guarda local llamado Capote con un ancho sombrero tirado a la espalda, un fusil recortado y un perro de pelage [sic] amarillo y blanco.
-Señor Alcalde, dijo al entrar, a la buena de Dios…
Pero mi pariente que era en hombre descollado, seco, enjuto, y que por haber militado contra los franceses y llegado á sargento trataba al pueblo a baqueta, y conservaba un genio un tanto avinagrado, antes de que el guarda acabara de hablar le cortó su discurso, con ceño, diciéndole:
— Capote, principia a dar tu parte, con quitarte el sombrero, echa luego tu perro a la calle y después habla pronto y claro, para que yo te entienda.
Y dicho esto, mientras el guarda cumplía con las órdenes superiores, mi pariente apuró el décimo vaso de vino de aquella memorable cena y teniendo al guarda otra vez delante, preguntóle que era lo que pasaba.
—Pues, pasa.... que la fiera ha aparecido otra vez y está en los trigos del tío Campurrinas.
—¡Ah! lo sospechaba: ¿Pero la has visto tu bien?
—Muy bien, señor Alcalde.
—¿Que forma tiene?
—Eso no lo puedo decir, sino… qué parece muy grande y redonda.
—Bien, avisa pues al sacristán que toque la campana, reparte con el alguacil las armas de la casa de la villa y todos reunidos esperar junto al camino de la virgen.
Marchado el guarda a cumplir estas órdenes, mi pariente descolgó su escopeta, requirió el cebo, ciñóse un sable que conservaba desde la guerra y dándome a mi un par de pistolas me invitó también a seguirle.
Salimos a la calle. Hacía un tiempo magnífico. La campana mayor de la iglesia tañía a rebato y las gentes del lugar circulaban por las calles en un continuo ir y venir, todos llevando armas, unos de las repartidas en la puerta de la casa municipal, otros con palos y estoques y otros con hoces y cuerdas.
No había pasado media hora, desde que el guarda había salido de casa del Alcalde, cuando ya estaban reunidos todos los vecinos útiles del pueblo en el sitio indicado.
Allí nos dirigimos también mi pariente y yo, y después de haber dado este algunas órdenes, y ordenado el plan de ataque, después de romper la marcha y pasar por una hilera de paredes y sauces que se extendían detrás de la fuente, cogimos el camino que conducía a las viñas y campos indicados.
Ya lo he dicho, la noche era clara y serena, la luna dibujaba en una inmensa extensión, uno de esos paisages [sic] nocturnos de líneas azuladas, sembrados de árboles y peñas cuyas sombras parecían trazadas con lápiz negro. Las plantas silvestres perfumaban el aire con olor un tanto acre, y las ranas de una balsa inmediata entonaban o desentonaban con su monótono canto. Pero todos estos detalles pasaban desapercibidos para mi veterano pariente y su bélica hueste, que no pensaban mas que en echar mano de la fiera que talaba sus mieses, hacia bastantes días, y que con su manera de cortar las espigas daba lugar a miles de congeturas [sic] y cálculos sobre su clase y género que eran desconocidos.
Por fin, después de una media hora de marcha silenciosa y acelerada hicimos alto.
Habíamos llegado a los trigos donde el guarda Capote, decía haberse metido la fiera desconocida.
Todos aplicamos el oído y miramos entre las tinieblas, aumentadas entonces por una nube que habla ocultado la luna.
Nada absolutamente se ora ni se veía.
Sin embargo, el perro del guarda y otros que le acompañaban, olfateaban y gruñían.
—¡Diablo!, dijo el Alcalde, la fiera sin duda está durmiendo: mejor, más fácil la batida; y dando las órdenes oportunas y distribuyendo su gente, principió ésta con él mismo a la cabeza.
Formando un círculo que había de ser concéntrico, todos fuimos avanzando. No quiero decir que los más, teníamos miedo de tropezarnos a la fiera, pero seguimos avanzando a las voces de nuestro jefe.
El circulo seguía estrechándose, nada se descubría. Por fin, una forma vaga se destacó en medio de las mieses, las que oscilando movidas por un ligero vientecillo, lenta y progresivamente, unas veces ocultándolo y otras descubriéndolo, nos dejaron por fin, ver el objeto de nuestras pesquisas.
Una descarga cerrada hecha a la voz del Alcalde, rompió aquel silencio.
Todos corrimos hacia la fiera que no se movía, ni daba señales de vida.
Los más atrevidos, aun descargaron sus palos y una lluvia de piedras sobre su inanimado cuerpo.
Pero…… ¡oh desencanto!, la fiera muerta por nuestras descargas, resultó que era una gruesa piedra, blanca y rojiza, que estaba entre aquellos trigos.
¡Todos quedamos corridos!
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Y he aquí como en la noche del hizo mi pariente el Alcalde de …… una gran tontería, ayudado por todos los hombres útiles de su pueblo, y movido por la falsa confidencia del guarda Capote.
Excuso decir el idem que a este le cortó el Alcalde, dado su carácter y genio.
Pero lo peor de todo fue, que el sacristán, lleno de entusiasmo, tanto y tan fuerte le dio a la campana tocando a arrebato, que ésta se rompió, y desde entonces le quedó un sonido como si tocaran en una teja.
Y aún fue lo peor, que extendido el suceso por los pueblos comarcanos, estos se burlaron de lo lindo y en especial los de Plou, pueblo más cercano y más envidioso, porque el otro tenía reloj, mejora que era debida a mi pariente, y ellos no lo tenían.
Y como más fisgones, sacaron aquella macarrónica, pero insultante redondilla, que se ha quedado como dicho en aquella tierra.
En Cortes hay un reloj
Que pega en una canasta,
Y para que vaya suave
Lo untan con la Zalagarda.
Y que si consigno aquí, quiero que conste que no es para mortificar a los de aquel pueblo, donde tengo buenos amigos, sino que recogiendo todos los cuentos y noticias de aquella tierra, sólo quiero que sirva de ayuda para formar el Folk-loore de nuestro país, que no sería menos interesante que en otras comarcas.
Salgis
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Unas conclusiones sobre el cuento y su base real
Este suceso recopilado por el pintor, dibujante y recopilador de historia y leyendas Salvador Gisbert ocurrió en un pueblo de Aragón, al norte de la provincia de Teruel, en Cortes de Aragón. Aunque en el cuerpo central del relato se omita el nombre, al final se menciona el nombre el pueblo en la canción de burla a que dio pie el chasco que sufrieron los protagonistas de la zalagarda, y además dio Gisbert la pista de ser el pueblo más cercano a Plou, lo que geográficamente ya lo confirma.
Habría que ir a consultar documentación diocesana para confirmar que tenían rota la campana desde 1815 para añadir pruebas a la veracidad de estos sucesos que nos transmitieron hace 132 años. La campana actual de Cortes de Aragón data de 1871. ¿Estuvieron todas las décadas que mediaron entre julio de 1815 y 1871 con la campana rota?"
No tenemos por ahora datos como para saber en qué años se adquirió el primer reloj en los pueblos de Plou y Cortes de Aragón.
Si se conservase documentación de esos años en el AHPZ o AHPTe quizá podríamos saber hasta el nombre del alcalde, que por prudencia calla Gisbert, aunque está claro que el suceso dejó una huella indeleble, ya que se recordaba hasta la fecha exacta.
Los sucesos narrados datan de solo un año después de darse por acabada la Guerra de la independencia, que también tuvo consecuencias y sucesos por esta zona de Aragón en torno a los ríos Aguasvivas y Martín, como tan bien a recopilado León Andrés Roche, o como afectó a las familias poderosas en lo económico como la saga de los Calvo de Blesa.
Y si a las personas cuya alimentación dependía de las cosechas ya de por sí les preocupaba cualquier animal que pudiese comerlas, aún más tras las hambrunas recientes ocurridas poco antes de la Guerra de la Independencia (de la que escribiremos un día) y durante la misma.
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Sobre la gramática del texto original, hemos cambiado los acentos a la norma actual, hemos respetado las palabras que Gisbert escribió con "g" en lugar de con "j" (pelage, paisage, congeturas), por aporta un dato cronológico a los lingüistas. También vemos como Salvador Gisbert Gimeno escribe la palabra folklore, un neologismo relativamente reciente incluso en lengua inglesa cuando lo publica Gisbert. En inglés se inventó esta palabra en 1845 a partir de folk y lore y Gisbert aún la escribe separada (y con una "o" de más).
Por último, la firma de Salvador Gisbert Gimeno en este relato es un pseudónimo (Salgis), que empleará más de una vez en la prensa literaria turolense, pero que no trata de ocultar mucho su verdadera autoría.
¿Se habrá conservado todavía memoria del suceso entre la gente mayor de Cortes o Plou? ¿Aún recordarán esa canción que Gisbert plasmó en papel para no perder el folclore de la zona? Habrá que ver a quién preguntar por tales bagatelas, quizá borradas por los graves sucesos del siglo pasado.